miércoles, 6 de abril de 2016

Queen Charlotte and Chelsea

Londres es una ciudad alucinante, llena de cosas por hacer, museos, teatros y lugares históricos muy interesantes. Es una ciudad para perderse, para vivirla con intensidad, una ciudad de película en la que cada día es una aventura. Eso te contaría si esto fuera un blog de viaje para echar una mano a un turista con pocos dias y el movil listo para hacer millones de selfies.

Pero aquí vengo a contar la verdad.
Y la verdad es que desde que llegué aquí hace 7 meses solo he visto Oxford Street, London Eye, el museo de ciencias, Notting Hill y un musical. Una amiga mía me paseo una vez por una zona muy bonita de la que no recuerdo el nombre. Y más allá de mi barrio (Ealing para mi, mordor si vives en la zona 1 u 2) no he visto nada. Perdon, estoy mintiendo, he visto el consulado español, la embajada alemana y el Queen Charlotte and Chelsea Hospital. Y es que yo llegué a Londres con un buen bombo de 22 semanas si no recuerdo mal.

A lo mejor otra lleva un embarazo de película en el que solo se sabe por que le sale una barriguilla sin una estría, tiene un parto fenomenal, una recuperación veloz y tiene cuerpo y alma para viajar y turistear como si no pasara nada (seas quien seas, te odio). Pero ese no fue mi caso.

Mi embarazo empezó con vomitos y terminó con vomitos. Añadale usted, querido lector, un niño gordo (4,020 Kg al nacer) sentado en su vegiga, acidez, noches sin dormir y vayase usted a hacer turismo. Para salir a la calle mi bolso necesitaba contar con los siguientes requisitos:

- Chicles (para quitarme el mal sabor de boca).
- Comida (no de una clase, yo necesitaba variedad y si no comía pronto vomitaba).
- BolsaS de plastico (para el vomito, obviamente).
- Clinex (para limpiarme el vomito).
- Una relación de baños disponibles segun la ruta.

Al final del embarazo tuve que añadir un asistente que me pusiera los zapatos.

En tamañas circunstancias no era posible plantear una hora para llegar a cualquier sitio más la visita en si.

Lo que si que vi fue el hospital para las numerosas revisiones a las que tuve que ir y he de confesar que llegar hasta allí tenía su punto. Al salir de la estación de metro sales a una calle en la que parece que has llegado a un barrio londinense de casitas victorianas cualquiera. Además al final de esa calle hay un parque y un colegio, todo muy familiar.

Pero es que junto al parque hay una carcel, con sus muros altos y con sus cuervos, y hay que pasar por un caminito que unen el parque y la carcel para llegar al hospital, sin un alma más que yo misma. Considerando la luz gris invernal y los árboles medio muertos a los que solo les faltaba un ahorcado, era como si un zombi fuera a aparecer gruñendo en cualquier momento.  Yo me quitaba la música para oir bien a los cuervos y no perder ni un detalle de aquellos momentos. Alguna vez volví cuando ya era de noche (a las 3 y media de la tarde) y aquello ganaba un plus de terror de lo más interesante. Hasta mis males de embarazada desaparecían con la emoción.

Pero claro, llego El Guiri y en uno de los viajes de casi parto al hospital encontró un camino más eficiente y me jodio el paseo.






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